jueves, 16 de octubre de 2008

Salvador Elizondo, entrevista.















Por Waldemar Verdugo Fuentes, fotos de Paulina Lavista.
Publicado en VOGUE-México.

"Soy uno de los pocos seres que vas a conocer en toda tu vida que ha leido hasta el final En Busca Del Tiempo Perdido".

El estilo y el tema de la literatura han cambiado profundamente desde los primeros días de posguerra, y continúa trasmutándose como reflejo y respuesta a los sueños, estados de ánimo y sucesos en esta última parte del siglo XX, que sin duda ha sido un siglo en el que lo efímero es lo único estable, legando, sin embargo, para los siglos que vendrán, dos regalos concretos que serán constantes: la salida del hombre al espacio exterior y la computación, una herramienta y desafío fabuloso para los escritores que aspiran a rescatar el valor de la literatura como arte.
En la literatura tradicional, el escritor es quien decide. Dispone la primera palabra de la obra y la última, igual que todas las palabras que existen en su libro, cada coma, cada punto y como, estos tres puntitos, esas comillas, aquí una exclamación, allá un acentito... es decir, en una estructura estable el autor es amo y señor, ciñéndose a disponer lo establecido de que el relato se lea palabra tras palabra y de página en página. Ahora, la digitalización rompe con lo lineal introduciendo una enorme variable en las letras; por la naturaleza del soporte, que al no ser analógico sino digital, la información está dispuesta virtualmente dentro del disco duro, un artefacto o distribuido dentro de la propia Red. Accesible a quien lo desea. La Era digital que legamos al siglo XXI, modifica paulatinamente la forma de percibir el mundo y entender la realidad, en lo que a un escritor concierne, como consecuencia a corto plazo de esta revolución; es que cambia los parámetros narrativos y discursivos, a partir de los sistemas hipertextuales de organizar información, educación y entretenimiento. La Era digital ha revolucionado la naturaleza de la narrativa. ¿Estamos dispuestos los autores a perder el control sobre la obra y los usuarios a convertirse en protagonistas?
Lo cierto es que este adiós a la información lineal cuestiona todo lo que desde los Siete sabios de Grecia hasta aquí se ha codificado sobre el oficio de escribir. La narrativa lineal, propia de la tecnología de la imprenta, se proyectó al mundo audiovisual a través del guión, escrito con palabras que después son representadas con imágenes y sonido en cine o video. En que la única forma de pasar de la escena uno a la tres es haciéndolo por encima de la dos, en el caso del cine, o avanzando rápido en el video. Un espectador normalmente le confiere sentido a una película no solamente en cuanto a su contenido o caracterización de personajes, sino esencialmente por el modo en que se cuenta. Primero se relata la situación de conocimiento de la pareja, Juan y María, para que luego resulte verosímil el amor de ellos. Ese antes y después está decidido con independencia del espectador. El escritor decide quiénes son Juan y María. Eso ha cambiado. Ya no hay un espectador pasivo, sino un usuario que accede libremente a los diversos nodos que componen desde una página virtual hasta un espacio de ficción interactiva. Aquí tenemos un desafío inmediato: conservar la coherencia y el sentido de las historias y al mismo tiempo darle autonomía al usuario para que navegue en ellas. Ahora, oficiando digitalmente, disponemos los escritores de un mundo como esfera visto en una parte cualquiera de su interior, en que desde cualquier punto se ven todos los puntos. Lo que aporta a nuestro oficio herramientas magníficas. Debemos dar la posibilidad al usuario de modificar el contenido de nuestro universo de ficción, es decir, caracterizar personajes, traslado de ambientación, crear situaciones. Pasamos a la simple elección de opciones predeterminadas por el narrador a lo que se llama motor de ficción. Se trata de darle tal entretención que salte de palabra en palabra con la alegría como un niño salta en el jardín de su casa. Justamente, que cuando abra un libro, cuando entre a nuestro propio laberinto un hechizo lo envuelva y sepa que está en territorio hechizado, que donde juega un niño es sitio mágico. La literatura de la ficción digital, hiperficción, ficción interactiva, hipertexto, o como se la nombre, debe funcionar como un juego de ajedrez: una serie de universos para movernos dentro. Sin pre calcular todas las respuestas posibles a cada una de las "jugadas" del lector-navegante, sólo calculando la mejor respuesta a partir de su movimiento. Es decir el autor debe responder narrativamente a la disposición del lector virtual. Definimos a María como dulce y reflexiva, a Juan como duro e impulsivo. Luego decimos "Juan y María..." y entonces el programa comienza a generar opciones posibles de lo que puede ocurrir cuando se conocen. Ya no es sólo juegos o textos intrascendentes de saludos. Porque si la primera generación que trabaja con hipertextos literarios crea obras en disquete, que contienen sólo texto para navegar; la segunda generación incorpora audio y gráficos, inter actuando con textos y collage a los que el lector accede como consecuencia de sus rutas de navegación. Hoy se trabaja el hipertexto sumado a las herramientas que nos brinda el programa de media; integrando texto, audio, imágenes en movimiento, animaciones en un mismo soporte para contar una historia y saciar el hábito de lectura de la gente de hoy, cuando nadie se contenta sólo con ver. Para los niños, que nacen con una computadora en la mano, les resulta más familiar un texto digital que un impreso de papel. Son niños que han aprendido a leer en una pantalla de computador, que les resulta más amigable que un cubo de papel ajeno a su mundo virtual. Con otra idea del ecosistema que adquieren desde un comienzo en la Red, y para quienes será naturalmente inconcebible cortar árboles para hacer papel, lo que ha de convertirse cada vez más en de escaso uso. Ante esta realidad, digámoslo, los escritores que han hecho textos para cine y televisión encuentran en la ficción interactiva un fabuloso terreno de acción. Pero en verdad, en general el oficio de escribir es quizás uno de los más beneficiados con la técnica informática, y los desarrolladores así lo han entendido. En un comienzo, siendo técnicos ingenieros con mucho estudio, pensaron que como dominaban las computadoras podían tener la capacidad de contar historias, pero todos sus intentos fracasaron. Los primeros "libros" electrónicos escritos por ingenieros yacen arrumbados. Y eso dispuso una muy buena disposición a trabajar en equipo que nos beneficia. También se han diluido las fronteras entre los medios y modos de comunicación. Ya no son mundos aparte la información periodística, la educación y el entretenimiento. La base de datos que traen los nuevos productos asocia para el usuario una gran cantidad de información acerca de... a la cual nunca antes en la Historia tuvimos acceso, sino parcialmente. Sabemos que para el niño esta inter actividad por sí misma resulta educativa, derriba las fronteras porque un niño lo mismo verá en directo lo que está sucediendo en las calles de su ciudad que conversa con un amigo ubicado al otro lado del planeta. Con la digitalización activa desde ahora comprende y entiende el mundo en forma más civilizada, enriquece su forma de pensar y aprende, tiene parámetros de comparación, decide.
Todo lo cual incide directamente en la formación de los educadores y comunicadores necesarios para estos nuevos tiempos, que coinciden en algo básico: es digno de hacer notar que es altamente beneficioso que los asuntos que siempre han sido los esenciales convergen con mucha más claridad. Los comunicadores tienen acceso a canales de información que ni se imaginaba, es capaz de buscarla, seleccionar, contrastar y reprocesarla, darle autoridad e interpretarla para compartirla en la mejor forma posible a la multitud. El periódico ya no es más el medio que imprime noticias en un papel: ahora desarrolla una acción electrónica que le permite editar al instante, estar presente en emisoras de radio y canales de TV y estar asociado a una agencia internacional de información, y al cual el lector se conecta para leer sus páginas virtuales. El desafío del periódico es producir contenidos originales, inteligentes, para personas de un mundo digital, que ha modificado sus hábitos de lectura, de acceder a la información. Y conscientes de los vicios a que puede acarrear esta globalización, es cuando se hace fundamental el papel que juegan los escritores en la creación de hábitos del usuario.
Con todos los elementos para decir nuestro oficio a que hemos accedido, podemos comunicarnos más directamente con el lector, redescubriendo los elementos que tenemos en común (y que antes sólo intuimos), podemos humanizar más la literatura -por decirlo así- si es posible; como contrapartida magnífica a la fuerte racionalización y estandarización que acarrea la propia tecnología. El talento, la creación, la originalidad, nuestra propia forma de ver el mundo, el pensamiento crítico, el ser capaces de analizar textos, de establecer relaciones, de utilizar correctamente el lenguaje, la capacidad para conmover son las armas que distinguen al escritor de otros oficios, y es este el momento perfecto para "sacar las armas", por decirlo así. Estamos en un instante preciso de gestar una nueva literatura, vivita y coleando más que nunca antes, de ser capaces de gestar cosas nuevas para decirle a la sociedad dónde estamos y hacia dónde vamos, no en un sentido ideológico, sino más profundo y humano, pensando en que lo que escribimos alguien lo leerá en una estrella lejana de la mano de nuestras avanzadas al espacio exterior. Que la tecnología es solamente un instrumento poderoso pero neutra espiritualmente, amoral, indefensa. Debemos humanizar.
Lo que distingue a nuestro oficio es la capacidad de darle un orden al caos informático. Es lo que nos está pidiendo el nuevo lector virtual, que por ahora no está navegando, sino a la deriva o naufragando en la Red. Debemos enseñar a leer y escribir al mundo virtual, a esta Era digital, porque son dos destrezas humanas unidas a lo mejor de nosotros en el mundo real. Por eso se requiere más que nunca gentes con ideas, que haya leído tanto como escrito, que conozca de historia, política, filosofía, sociología, retórica, poética... estas gentes serán las que darán un sentido humano al mundo virtual. En la cultura lineal desde los Siete Sabios de Grecia hasta ahora, las cosas no podían ser y no ser al mismo tiempo. En la Era virtual sí. Tanto en la ficción como en la información, el lector puede degollar a Juan y casarse con María. Tiene opciones porque así es el mundo digital, lo que ha de implicar en la forma en que la gente comprenda la realidad, su relación con el mundo, cómo se comunica con él y concibe sus discursos.
En esta línea, siento que quien ha destacado por su originalidad es Salvador Elizondo, quien se ubica en lugar privilegiado en la actual literatura que se escribe en México, y uno de los pocos, según veo, que no le tiene “miedo” a la máquina, que considera la Era virtual “un animal al que debemos domesticar con lo mejor de nosotros mismos: sólo utilizando la inteligencia natural a un escritor”, nos dice el hombre, de unos cincuenta años, cuando cordialmente me recibe en su casa de San Angel, donde conversamos, luego de mostrarme algunas de las variedades de plantas que tiene en su bien cuidado jardín. Poeta, narrador, ensayista y traductor (a nuestro idioma de James Joyce, Georges Bataille y Thomas de Quincey, entre otros), es autor de obras memorables, entre las que he leído puedo citar: “Farabeuf o la crónica de un instante” (1965); “Narda o el verano” (1966); “El grafógrafo” (1972); “Contextos” (1973); “Museo Poético” (1974), “Oasis” (1981). Habla sin rodeos:
-Te dije que vinieras sin fotógrafo porque mi mujer, Paulina Lavista, es mi fotógrafo favorita, entonces ¿para qué molestar a otra persona si tengo fotos que ella me ha tomado? Además ella ha tomado otras fotos para Vogue, y nadie mejor que una artista para retratar a otro artista. Es una manía del siglo XX y la modernidad la de no considerar al escritor como artista, sino como vehículo de cierta propaganda de ideas o como el productor de descripciones de la naturaleza o de la condición humana. Pero nadie concibe, incluso muchísimos escritores, que el escritor también es un artista. Que no está llegando a conclusiones, no está investigando nada, que está simplemente creando. La confusión es tan grande que en México se otorga el Premio Nacional de Literatura en un solo rubro, que conjuga dos actividades: la literatura y la lingüística, considerando que es lo mismo una materia que la otra, ¡a ese grado llega el equívoco!
Luego de decirle que ese error es de lo más común en el resto de América, le pido, en lo posible, una definición que para esta nueva Era digital le parezca a él aceptable de lo que debe ser un escritor. Sin dudar, me dice: “-¡Debe ser un inventor! Ahora con esta herramienta de la técnica no puede hacer otra cosa más que inventar para estar a la altura de las circunstancias. Se supone que los escritores tienen filiaciones políticas o sociales o religiosas, se supone que nada más son el vehículo para la expresión de ese tipo de ideas, y eso no es cierto, porque los escritores son inventores de situaciones, de religiones, de lo que quiera ¿no? La posibilidad virtual ahora lo pondrá en jaque, porque uno deberá inter actuar con el público, algo que yo vengo haciendo desde antes de la digitalización pública, quizás soñándola, pero sólo me he dedicado a inventar.
-Y ¿cuál ha sido su mejor invento?
-Todos mis libros. Yo no he hecho más que inventos, no creo que alguna vez me haya importado la realidad, no, miento, me ha interesado, pero sólo para transformarla mediante el lenguaje. Eso me gusta mucho. Tengo un libro que he llamado “El retrato de Zoe y otras mentiras”, porque yo quiero que sea evidente que lo que estoy diciendo no es cierto. A mi me interesa mucho eso, insistir en que estoy mintiendo.
-¿A la manera de ese antiguo relato del hombre que sueña que es una mariposa y que el despertar no sabe si es ahora una mariposa que sueña ser un hombre?
-Eso es una paradoja, como uno de mis cuentos llamado “La luz que regresa”, en que todo parece que es cierto pero al mismo tiempo es evidente que no es cierto. Si quisiera, porque también con eso se demuestra la falacia de la ciencia, yo puedo comprobar matemáticamente el primer postulado de tipo matemático en que se funda ese cuento, y es muy fácil ¿no?, y se ha hecho, no es ninguna invención; pero no puedo demostrar que lo que ese cuento relata sea cierto. Los principios de termodinámica clásica en que se fundan algunos relatos son absolutamente demostrables matemáticamente, ahora, eso no quiere decir que un poema de Verlaine se puede utilizar para hacer caminar un coche.
-Además, supongo que esa no es su función.
-Sí, es evidente... yo no espero tener un lector que pueda pensar que eso es cierto porque ese lector no me interesa, porque ese lector es un ingenuo que se va a llevar unos golpetazos tremendos en la frente cuando salga a experimentar lo que se propone en “Anapoyesis”, por ejemplo.
-En ese relato suyo usted juega en un espacio sueño-realidad que es bastante recurrido actualmente por algunos escritores, a partir de Jorge Luis Borges que lo popularizó.
-Así es. Cuando invitaron a Borges de la Secretaría de Gobernación de México, creo que fue en 1973, y nos invitaron a recibirlo a Juan José Arreola y a quien te habla, y no sé a quien más, no tuve ninguna preocupación porque Arreola se lo habló todo. Esa fue la primera vez que vi a Borges, la primera vez que vi a un escritor absoluto. Otra vez acá en México con Borges y Octavio Paz, nos reunieron a los tres y filmaron algo para la televisión. Este espacio propio ubicado entre el sueño y la realidad, como lo dices, es donde suceden todas las cosas, yo creo. Esa reunión, por ejemplo, fue algo inclasificable: sabíamos que venía Borges porque se le rendía un homenaje oficial y muy temprano me llamó Octavio para recordarme que lo íbamos a recibir en nombre de los escritores mexicanos e iban a filmar la ocasión y todos nos envidiaban y esas cosas. Octavio llegó de lo más elegante a la cita, con un traje muy fino, y yo iba muy modesto porque había terminado de releer algunas de sus obras y no sabía que iba a hablar delante de Borges porque quería hablarle de tantas cosas y allí estaba con ellos dos y decidí hacer lo que haría un hombre sabio: me dediqué solamente a escuchar y hablé sólo cuando fue necesario y en un instante sentí todo irreal, con Octavio y Borges allí al frente y las cámaras que filmaban y había otros fotógrafos y periodistas y María Kodama con su pelo extrañamente blanco y muchas otras personas murmurando y entonces decidí que estaba soñando y que en cualquier instante iba a despertar y todo salió muy bien. Pero creo que esa sensación irreal de la realidad es la normal en los inventores de historias, ese lugar entre el sueño y la realidad coincide con mis pretensiones en el sentido de borrar o destruir o difuminar o integrar la frontera supuestamente tan tajante entre una entidad y otra, entre el sueño y la vigilia, entre la realidad y la imaginación. Y te puedo decir que me he inspirado en principios científicos absolutos para establecer esa ambigüedad. Una ambigüedad entre la realidad absoluta de la ecuación de la termodinámica de Maxwell aplicada a la poesía; esta produce una cosa en que las barreras tan tajantes, digamos entre los postulados de las ciencias y los postulados de la poesía, se difuminan, y no hay una división tajante entre el sueño y la realidad porque simplemente lo que hay es un hombre solo y su alma frente a lo que lee. Esto es lo que yo he tratado de hacer en todos mis libros, y creo que a eso se debió, justamente, el aporte de mi primer libro y su éxito: “Farabeuf” es una novela que tiene la pretensión de recrear una sensación instantánea que es nada más que la sensación de un instante a través de una elaboración literaria exhaustiva, es decir, la reconstrucción de la realidad mediante palabras, una realidad que está formada de la materia que son hechos los sueños. Claro que esto no es cuestión de palabras, es cuestión de utilización de palabras. Las palabras siempre son las mismas, no hay mas o menos palabras, hay solamente las palabras necesarias para decir cierta cosa.
-Entonces, en literatura ¿de qué se trata?
-Se trata de resolver ciertas claves. Se trata de organizaciones en un orden muy superior al mínimamente del arreglo de las palabras, se trata de organizaciones que muchas veces corresponden a la descripción de todo el universo. De reducir el universo a palabras, de eso se trata; lo que por cierto no es un problema gramatical, es un problema de filosofía y de estilo. De estilo porque cualquier explorador inglés del tiempo de la reina Victoria tenía una prosa mejor que la de cualquier escritor del siglo XX, esto si pensamos que Borges nació en el siglo XIX. Digamos, por ejemplo, que por cuestión de tradición todos los que van a la universidad de Oxford aprenden a escribir con una corrección absoluta, pero de esto a que escriban como escriben los grandes artistas hay una diferencia. Cualquier gentleman inglés medio del tiempo de la reina Victoria sabía escribir perfectamente bien, sabía escribir pero no igual a Oscar Wilde, porque allí intervenía un imponderable: el arte de Wilde.
-O sea, ¿usted dice que hay dibujantes espléndidos, pero que comparados con Leonardo no sirven para nada?
-Ahora te explico, aunque es la idea, pero, ¿hacia dónde iba?
-Me decía usted de las claves de que se trata la literatura...
-Sí, que es necesario tener ciertas claves que yo pensé y pensé mal por lo visto porque nadie las ha descubierto, nadie de las gentes con las que yo he hablado ha reconocido, por ejemplo, la parodia que yo hago en un texto que se llama “Poisson d’avril”. Nadie, nadie me ha dicho “¡ay, qué bien!” o “¡qué chistoso” o “¡qué mal hecho!”, siendo que en ese texto he incluido un dato que debería ser una referencia absoluta para toda la cultura occidental y es absolutamente ignorado por todos. Pregúntame cuál es ese dato.
-¿Cuál es ese dato?
-En el comienzo he incluido en el texto frases tomadas literalmente del principio del “Fausto” de Goethe, una de las obras capitales de la literatura de occidente, y nadie las ha reconocido: escribieron sobre la obra muchos críticos en América y Europa y ninguno dijo nada. Y no fue una frase así como del intermedio, que puede pasar, sino que fue una frase famosísima del “Fausto”... es una cosa que me ha sacado de quicio porque he comprobado que los juicios acerca de la obra de arte están tremendamente limitados.
-¿Es el tratamiento que Borges dio también a algunos de sus trabajo?
-Sí, así es. Claro que Borges siempre anota sus fuentes, y si no las dice las inventa.
-¿Qué lee usted?
-Durante como unos diez años no leí, no leí nada más que el periódico. Porque quería yo más bien escribir que leer, y hace como dos años de pronto volví a leer, y volví a leer de una manera completamente diferente de como había leído antes, porque resulta que antes, durante toda mi preparación para convertirme en escritor había leído, sobre todo a partir de la adolescencia, con un criterio crítico, es decir, como yo iba a ser escritor, estaba viendo, estaba entendiendo los procedimientos que empleaban diferentes autores, y hacía yo notas y subrayaba y ponía fechas del día que lo había leído y de dónde a dónde, llevaba diarios con mis lecturas y todas esas cosas, hasta que hace como dos años me puse a leer nomás así, por el placer de leer, leí todo Conrad (Joseph), luego leí... bueno, leí todo tipo de cosas, sobre todo de marinería, y de viajes, de exploraciones y esas cosas. Y ahora he llegado a algo que consideraba hace años como lo más despreciable y lo más innoble que había en la vida, que era leer cuentos por placer, como los cuentos de Somerset Maugham, que es lo que estoy leyendo ahora, y me parecen sensacionales, geniales, y no me interesa absolutamente nada la literatura mexicana, ni latinoamericana, ni española ni nada mientras yo pueda seguir leyendo a Maugham: he comprado cuatro volúmenes de sus cuentos y eso es lo único que quiero leer. Claro, y volver a releer siempre los mismos libros. Considero que he leído libros maravillosos en mi vida, algunos los he traducido a nuestro idioma, y he llegado a un momento en que creo que no tengo por qué ir a buscar entre lo que se está produciendo ahora, porque siento que no voy a encontrar nada parecido a lo que ya leí una vez en mi vida.
-¿Usted colabora en diversos medios periodísticos? ¿Cómo ve esta esquina de su trabajo?
-La vida cultural es tan pobre que no se realiza más que en términos estrictamente gremiales. Los libros no trascienden al público, y si trascienden lo hacen a un público muy reducido; una edición de cinco mil ejemplares tarda trescientos años en venderse en México. Sin embargo, sigo haciendo libros y casi no colaboro en revistas ni diarios, hace ya casi un año que no escribo más que mis libros, aunque ahora estoy preparando una obra conformada por una serie de artículos que antes publiqué en revistas, es que ya decidí que es mejor hacer libros, porque como de ninguna manera gano dinero, ni con mis libros ni colaborando en revistas... yo creo que esto es una consecuencia a la que se llega justamente por la transformación de la cultura en un bien de consumo que se adquiere; es como cuando se transforma el caviar en un bien de consumo cotidiano, entonces ya no es tan bueno como cuando el caviar era nada más para los grandes duques del Kremlin.
-¿Influye la situación social actual en la expresión del arte literario?
-Cuando el escritor se ve obligado a escribir en cualquier parte para subsistir, naturalmente que está limitado, porque escribir para una revista o un periódico implica muchas limitaciones, impone al escritor muchísimas exigencias del orden de la claridad en lo enunciado, “inmediatez de las fuentes” la llaman los editores, cuando en el arte las fuentes mientras más remotas más interesantes ¿no?, y en el periodismo deben ser fuentes inmediatas. Hay en principio una limitación de cantidad, porque el editor te dice, tienes cuarenta lineas para decir tal o cual cosa, pero resulta que tal o cual cosa necesita ser rescatada en cuarenta y una lineas o en treinta y nueve, entonces no puedes inventar la máquina que para que funcione necesita la cantidad exacta de piezas, ni una menos ni una más. Aparte de esto, las limitaciones de orden, realismo y veracidad que el periodismo exige limitan mucho al escritor, sobre todo lo limitan en una dimensión en que la mente del escritor le da una importancia muy grande a la fantasía, a la imaginación, o sea, a la capacidad de poder inventar o decir mentiras, y que parezcan verdades o mentiras, que esa es la función del arte de escribir.

LA PARODIA DE LOPEZ-LOPEZ *
(A Salvador Elizondo)

He ido persuadiéndome, en forma natural, que las únicas ideas en que puedo moverme con cierta seguridad, son aquellas que he visto encarnadas en algunos personajes de ficción que me ha tocado en suerte entrevistar. Gentes que escudriñan en el corazón humano con algo infinitamente más complejo que un montón de conceptos: lo hacen con una mezcla de ideas y pasiones, de lógica y de magia, de razones y de enigmáticos símbolos.
Esto comenzó semanas atrás con la noticia del escándalo que suscitó en la Academia de la Lengua la ponencia como invitado principal del escritor Daniel López-López; durante los días siguientes, críticos y eruditos y hasta sus colegas lo calificaron de charlatán, encontrando inaceptables y desmedidas sus ideas a propósito de las matemáticas y la literatura: una extraña hipótesis que alegaba haber encontrado un punto de unión entre las cantidades y las palabras, un punto medio exacto entre lo relativo y lo absoluto, un punto que unía -decía un periódico amarillista- “esa desgarrada y oscura región intermedia del alma, esa región en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, la esperanza y el sueño, el mito y la ficción, el nombre de Dios y el sustantivo hombre... nada de lo cual sería estrictamente puro sino una vehemente y turbulenta mezcla de ideas y de sangre, de voluntad consciente y de ciegos impulsos. Cada letra es, a la vez, un número”.
-Sí, sería interesante -dijo Daniel López-López cuando le pedí una entrevista para Vogue, aquí en esta Ciudad de México. Recordé haber leído que Malcolm Lowry vivió en la misma calle en que estaba la casa de mi entrevistado en Cuernavaca. Cuando estuve frente a López-López, y luego de una interrupción del jardinero, ante quien me disculpé luego de llamarme la atención por estar pisando una especie rara de trébol negro, pude preguntarle cuál había sido la casa en que vivió el autor de Bajo el volcán.
-Jovencito- dijo él, mientras entornaba los ojos y esbozaba una sonrisa irónica, “esta” fue la casa en que vivió Malcolm Lowry.
Y señaló alrededor con un gesto indiferente de la mano, con cierta fatigada elegancia. Era alto, distinguido, borroso, de perfil romántico y tenía el bigote lacio y teñido. De mirada inquisitiva se mostró cordial y atento.
-Mi primer libro -siguió diciendo- se llamó “Una gota de eternidad”, escrito en 1952, y desconcertó o entusiasmó a la crítica y a los lectores, pero no pasó desapercibido, no, ¡que va!. Todo en el libro parecía deliberadamente nuevo, hasta el artificio tipográfico de dar a los versos, sólo separados por guiones, una apariencia de prosa; claro que en esta disposición influyeron definitivamente Rimbaud (Arthur) y Huidobro (Vicente), y quizás los mas antiguos monumentos de la poesía medieval, el Beowulf, el Cantar de los Nibelungos y el Poema del Mio Cid, que presentaban esta forma, pero todos creyeron nueva la parodia. Es que francamente... un escritor es todos los escritores que fueron y los que serán. Somos parodias.
Luego de un vaso con cerveza que nos trajo el jardinero, quien al parecer había reflexionado acerca de la dureza con la cual me había llamado la atención, y mientras servía murmurando que pisar tréboles sin saberlo, a lo tonto, era buena suerte, mi anfitrión agregó:
-Estas parodias me enloquecen. En mi último libro incluí todito un capítulo del último libro de Salvador Elizondo, y ni el mismo Elizondo lo notó; seguramente él a su vez lo había recibido de otro escritor que prefirió olvidar. Todo pasa... la vida es un asunto de tiempo... -decía, cuando bebió medio vaso de la cerveza espumosa de un sorbo largo, y siguió hablando-. Creo que la fantasía más inclemente y presente de todas es el tiempo. Yo he descubierto seis de sus posibilidades y las puedo clasificar matemáticamente como escritor. ¿Lo cree?
Pensé que siempre se ha determinado en relación al tiempo una fluencia que parte del pasado y que va hacia el futuro. Recordé además un verso de Unamuno que José Donoso solía citar y que plantea lo contrario. Pero no me atreví a opinar. El preguntó:
-¿Su alma sencilla no ha sentido alguna vez la curiosidad de este laberinto? -y siguió sin esperar respuesta-. Mire Jovencito, tomemos a Newton y tomemos los seis puntos que le digo:
1) Pasado-presente-futuro: la manzana cayó cerca de Newton/ Newton está sentado bajo el manzano/ en unos instantes descubrirá la gravedad;
2) Presente–pasado–futuro: Newton está sentado bajo el manzano/ una manzana cayó cerca de Newton/ en unos instantes Newton descubrirá la gravedad;
3) Futuro-pasado-presente: Newton descubrirá la gravedad / cerca de Newton cayó una manzana / Newton está sentado bajo el manzano;
4 ) Futuro-presente-pasado: Newton descubrirá la gravedad si cerca de él cae una manzana/ Newton está sentado bajo el manzano/ una manzana cayó cerca de Newton;
5) Pasado-presente-futuro: Estando sentado bajo un manzano, cayó una de las frutas cerca de Newton/ Newton ve caer la manzana/ Newton descubrirá una fuerza que es la gravedad;
6) Pasado-futuro-presente: un manzano soltó una de sus frutas/ Newton está sentado bajo el árbol, ve como cae la manzana en la fracción de tiempo en que cae/ Newton piensa en la gravedad.
Ahora responde jovencito: ¿Cuál de estas seis es la secuencia real ?
-Me parece del mayor interés saberlo -respondí, y agregué-. Eso sí, me parece que un sofisma así no elaboraron ni los teólogos escolásticos para probar la existencia de la Trinidad.
-La razón es obvia, jovencito. Ninguno de los teólogos escolásticos conoció a Newton. Dicen que me dejo llevar por la imaginación y esas cosas... usted mismo debió traer prejuicios, pero lo que propongo tiene una respuesta y se lo puedo probar matemáticamente.
Entonces, Daniel López-López me pidió que tomara mi vaso de cerveza y lo acompañara a un cuarto interior de la casa. Allí me impactó una espectacular computadora funcionando que cubría un muro entero de la habitación. El hombre encendió todas las luces que se aunaron a los cientos de reflejos de las pantallas y focos diminutos de la enorme máquina. No pude ocultar mi sorpresa.
-¡Oh!
-¿Por qué esa exclamación? –preguntó.
-No sabía que le interesaran estas máquinas- dije.
- Hoy, un escritor sin computador es mejor que se suicide. Yo tengo varias, esta trabaja con el más completo programa de análisis matemático que existe; es el mismo que llevó al hombre a la luna.
-No creía que le interesaran las matemáticas, no es lo usual a un literato... -agregué tímidamente.
-Todo tiene que ver con la literatura, “todo” mi joven amigo -expresión que me tranquilizó-. Yo estoy ahora en condiciones de comprobar matemáticamente que la obra literaria de un solo autor es suficiente para desentrañar el misterio del alma y descubrir cuál es el verdadero nombre de Dios, así es: estoy en condiciones de develar el misterio que enloquece a los cabalistas -aquí bebió de un sorbo el resto de su cerveza, que el jardinero no tardó en venir a llenar, para desaparecer rápidamente-. Vea usted, el sustantivo “hombre”, por ejemplo, está lleno de tiempo: el hombre que estuvo en el vientre, el hombre que fue niño, adolescente, joven, anciano, el hombre que ya murió. Y así, a cada palabra, su valor. Mis últimos treinta años los he dedicado a reunir las obras completas de autores que van de Lao-Tzse a Thomas Merton, de Virgilio, Homero y Borges, Dante, Cervantes, Selma Langerloff, Gabriela Mistral, escuelas literarias íntegras. Con toda esa información he alimentado mi computadora, buscando un modelo completo y perfecto de obra literaria que contenga todas las palabras que soñó su autor, que conformen la cantidad precisa de sonidos que permitan la coexistencia simultánea y total de los tres tiempos, el pasado, el presente y el futuro al mismo momento; esa totalidad que postuló Boecio al anunciar su Aeternitas est interminabilis vitae tota et perfecta posesio.
-¿Y lo consiguió? – pregunté.
-Sí y no -dijo bebiendo un sorbo largo de su cerveza y yo hice lo mismo, terminando la mía, a lo que el mozo apareció y volvió a llenar mi vaso del suave y espumoso líquido-. Vea usted jovencito. Siempre este complejo matemático me entregaba resultados que sumaban pasado-presente, o presente-futuro, o Presente-presente, o pasado-pasado, o futuro-futuro: trabajé primero con la obra de Juan Rulfo, pensando que, por ser reducida, sería fácil capturar todo cuanto escribió; pero no resultó; intenté con María Luisa Bombal, pero nada; tomé innumerables autores, las obras completas de varios de ellos, pero no resultaba, siempre faltaba un dato, siempre era insuficiente la información que le entregaba a la computadora, y ¿sabe por qué? Porque ese dato debía ser un texto desconocido por el resto de mundo, un escrito secreto que, por decir así, sólo es conocido entre el autor y Dios, y ya ve como todos los escritores tienen la manía de publicar inmediatamente lo que escriben -aquí hizo una pausa en que alisó calmadamente con el dedo índice su bigote teñido, luego siguió-: yo necesitaba alimentar a la computadora con un texto desconocido de un escritor que tuviera pasado y presente, siendo el futuro el texto inédito, el texto que aún no estaba en la memoria de los hombres...
-Una labor casi imposible -lo interrumpí.
-No tanto joven amigo, no tanto... piense que Malcolm Lowry tenía pasado y presente, él vivió y sigue vivo en quienes lo leen.
-¿Por eso vino usted a vivir en la que fue su casa?
-¡Eso es! Vine a esta casa con la esperanza de encontrar en algún lugar un texto olvidado o perdido de Lowry, quizás grabado a través del papel sobre el reborde de una ventana, una hoja escrita caída accidentalmente entre los resquicios de las duelas, o aprisionada entre las juntas del papel tapiz.
-Y... ¿encontró lo que buscaba?
-...estaba el manuscrito entre las páginas de un ajado ejemplar de la primera edición de "Bajo el Volcán", olvidado en un rincón oscuro de la polvorienta biblioteca, oculto entre unos libros abandonados.
Observé a Daniel López-López y pensé en cuál sería la respuesta a la duda develada de aquello desconocido que une al pasado con el presente y con el futuro. Pensé en que el presente sería menos doloroso en cuanto a qué no tardaría en ser ayer y gracias a que siempre estaba un mañana aguardando. Todo, si es que era verdad lo que este hombre decía, porque no se trataba de cualquier cosa, aquí se trata del... nombre de Dios
-¡Justamente! -dijo, y me sobresalté porque pensé que estaba pensando y seguro hablé en voz alta, o no era creíble que él supiera lo que yo estaba pensando-. ¡Lo que intento es develar el misterio del nombre de Dios! Lo que está oculto detrás de las letras y los números, es descubrir el punto exacto que une a la verdad y a la mentira, el lugar en que se juntan la realidad y el sueño. Es la vida misma desnuda con precisión matemática a través de la fuerza de la palabra. En el mismo instante en que yo alimente la computadora con el texto virgen de Lowry, lo que sumará toda su obra, entonces, la historia se volverá un tumulto azaroso de sucesos desordenados; un pasado uno corresponderá a un presente tres, un pasado dos a un futuro uno, un presente uno a un pasado tres, un futuro dos a un presente dos, y así... será como si estallara la bomba de Hiroshima en el mismo instante en que Moctezuma es saludado por Cortés y Demócrito hiere sus ojos mientras alguien dispara la flecha que mató a Aquiles y Juan eyacula en María... en la Academia no han creído mi planteamiento y deberé probárselos. Pero alimentaré la computadora con sólo una línea del texto virgen, porque no sé cuánta potencia activaré. Mañana sábado vendrán los de la Academia de la Lengua a verme, realizaré para ellos una prueba y los convenceré de la necesidad de perder todo miedo al computador.
Ayer domingo, cuando desperté, oí la primera noticia de la muerte de Daniel López-López junto a otros eminentes hombres de letras debido a una explosión, de enorme potencia pero misteriosamente reducida, en la casa en que se encontraban reunidos en Cuernavaca. La noticia decía que aparentemente la explosión fue resultado de una falla en la conexión de algún cable para activar algún generador de electricidad que utilizaba el anfitrión.
En los discursos de hoy para despedir a los escritores muertos, nadie, ni uno solo, nombró a Malcolm Lowry... ni al jardinero que nos había llevado la cerveza.

(*)La Parodia de López-López", cuento de W.V. dedicado al magno Salvador Elizondo, publicado en VOGUE-México, Mayo de 1982 (c)VOGUE.
© Waldemar Verdugo Fuentes.
GENTE DE MÉXICO